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La poesía de Carlos Manrique Un blog dedicado exclusivamente a la creación poética de su autor y al comentario de la producción poética de otros escritores.

Páginas de poesía. Los cineastas.

Carlos Manrique Rincón

3/ Miguel Cohan / Sin retorno

 

Esta película argentina del año 2010 sirve para ejemplificar el valor moral de la fábula y de un tipo nuclear de poesía que busca desentrañar la verdad y hablar al ser humano de la importancia de la justicia, de la ética y de la asunción de responsabilidades.

El argumento de esta película se relaciona directamente con el arranque y desarrollo de la novela juvenil de Alfredo Gómez Cerda: El rostro de la sombra, publicada por editorial SM en el año 2011.

Por último, creo recordar que uno de los seis relatos que componen la magnífica Relatos salvajes del director –otra vez- argentino Damián Szifron, del año 2014, planteaba una situación bastante similar en origen.

Las tres obran tienen en común el arranque de partida inicial, el desarrollo psicológico del thriller y el final moralizante y poético, por aquello de la justicia poética que solo existe, desgraciadamente, en el mundo de la ficción.

Una noche, sobre las dos y media de la madrugada, tiene lugar un accidente en una calle desierta a esas horas de la ciudad bonaerense. El implicado es un joven que regresa de casa de su padre en bicicleta tras haber recuperado un viejo cómic que creó de niño.

El accidente es acumulativo porque en realidad hay dos accidentes. En el primero, un humorista regresa a casa tras una actuación y conduce distraído mientras mantiene una conversación con su esposa. Se encuentra con unas obras que cortan el sentido de la circulación y al desviarse se estrella contra el joven, al que destroza su bicicleta y con el que mantiene una discusión. Alegando que la culpa es del joven ciclista por ocupar la calzada, se da a la fuga mientras este golpea el auto.

Mientras trata de recoger las hojas esparcidas por el asfalto, un segundo coche, conducido por un joven y su acompañante, otro estudiante de arquitectura, quienes han abandonado una fiesta en la que han consumido alcohol y que tampoco prestan la atención necesaria a la conducción, atropellan, fatalmente, esta vez al joven ciclista que resulta mal herido.

A partir de ese momento, la ficción se desliza hacia la investigación del suceso por parte de las autoridades, escasamente motivadas, pero la acción acusadora del padre que busca justicia reaviva el caso en los medios de comunicación mientras la familia del joven adinerado exonera a su hijo de cualquier responsabilidad bajo el pretexto de que lo expondrían a una condena de cárcel, el humorista, quien se siente a salvo por no haber hecho nada malo, por circunstancias es identificado y después declarado culpable por homicidio doloso.

Lo que me interesa de esta trama es la poética de la asunción de la verdad en un momento en que la sociedad, más que nunca está manipulada en tiempos de la posverdad y las falsas noticias que se difunden con total impunidad por medios de comunicación de dudosa solvencia y credibilidad y por redes sociales; vamos, los bulos de toda la vida.

La película se sostiene en unos actores argentinos que brillan con luz propia como el gran Federico Lupi y el guapísimo Leonardo Sbaraglia, sin desmerecer al resto del reparto. Estos personajes que entrecruzan sus vidas sirven para ejemplificar la necesidad de reeducar los valores de una sociedad corrompida por los valores del capitalismo salvaje en el que los más fuertes económicamente se creen por encima del bien y del mal.

Aunque a primera vista pueda pensarse que estos individuos de clase alta salen victoriosos de su combate contra la verdad de los hechos y triunfan con la manipulación que les da su poder y su estatus, la poeticidad de la ficción muestra a unos personajes con restos de conciencia atormentados por la culpa.

Pero no es menos cierto que tampoco el humorista es del todo inocente, ni su familia, que tampoco empatiza y se pone en el lugar de la víctima ni está dispuesta a mitigar el dolor de un padre destrozado por la muerte violenta de su hijo.

El padre del ciclista, quien parece recuperar la calma tras la sentencia, tres años y medio después descubre la verdad de los hechos y no es capaz de tomarse la justicia por su mano tras quedar derrotado por el discurso vehemente de un humorista que ante los otros dos implicados asume que le han jodido la vida.

El homicida que, durante todos estos años ha rehecho su vida y que parece haber olvidado el acto alevoso de esa noche que no merece ser olvidada, se ve compelido a aceptar la dudosa realidad de un futuro incierto.

Las tres referencias que traigo a colación hoy aquí, creo que ejemplifican un estado de conciencia moral decadente de una sociedad que necesita recuperar antiguos valores éticos y morales, lejos de la ambigüedad e hipocresía típicas de las religiones cuyos valores se desvanecen al contacto de la asunción de responsabilidades.

Lo mismo pasa en el plano político y en el plano social. Parece que la culpa siempre es del otro. Nuestro egoísmo ciego nos está conduciendo a un callejón sin salida. Véase a presidentes como Donald Trump o Jair Bolsonaro. El cambio climático, la violencia contra las mujeres, la xenofobia, el racismo, la intolerancia, los ataques contra el colectivo LGTBI, la quema de bosques... son malos presagios que auguran un porvenir muy negro a la humanidad.

Inquietantes me parecen también el desarrollo de las nuevas aplicaciones informáticas y tecnológicas. La literatura distópica presenta un devenir del desarrollo humano y de la inteligencia artificial apocalípticos.

Llámenme optimista por creer en el poder regenerador de la poesía que estos relatos cinematográficos y narrativos muestran como ante un espejo a los lectores y espectadores. No es una mala enseñanza.

 

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