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La poesía de Carlos Manrique Un blog dedicado exclusivamente a la creación poética de su autor y al comentario de la producción poética de otros escritores.

Páginas de poesía. Los coreógrafos.

Carlos Manrique Rincón

 

2/ Alexander Ekman / Royal Swedish Ballet / A Midsummer Night’s Dream (=El sueño de una noche de verano) / Ópera de Suecia / Música de Mikel Karlson / Anna von Hauswolff (voz) / 2015 / 98 min / My Opera Player

Una estructura circular. El espectáculo de danza comienza y termina en un mismo punto. Como la vida. Como la muerte. Como el sueño. Hay una cronometría que jalona un lapso de tiempo trepidante de veinticuatro horas. Una escena doméstica de una pareja de dioses. El dios desnudo cubre su desnudez con un edredón. El dios desnudo se viste apresuradamente con un pantalón y una camisa. La diosa, mientras tanto, hace la cama, sacude las sábanas, recompone la almohada donde se fraguan los sueños. Hay un campo de trigo, como la paramera de Palencia, donde las espigas de trigo surfean entre las olas agitadas por el viento. Los cuerpos, ligeros, esbeltos, florecen como tallos en busca de una luz cenital que procede de la felicidad del cielo. Un azul cósmico que resplandece entre la órbita de violines. Una profusión de cuerpos que se abren camino entre sombras. Todos alzan sus copas, las lanzan a lo alto, caen a tierra sin romperse, las recogen, brindan. Es una festividad orgiástica. Dos parejas fornican frente a la larga mesa donde se congregan los comensales. Un ágape de belleza y florecimiento. El escenario se ha vaciado de la mies que rueda como el tiempo hacia la nada. Una estampa de mercado. Hombres y mujeres que desfilan en bicicleta. Antes, una tormenta. Otro desfile bajo los paraguas. Unas manos enormes, abiertas, que son suficientes para recoger el agua argéntea del amor. Hombres y mujeres que se lanzan al vacío desde la altura y se yerguen como estatuas. Un puesto callejero donde se vende verdura. Un cocinero prepara viandas mientras fuma un cigarrillo. Los dioses que manejan los destinos de los enamorados como si fuesen títeres. Acaso los hombres y mujeres son proyecciones a imagen y semejanza de sus anhelos y preocupaciones. El tiempo de la siega y recolección da paso a la noche. Un bosque telúrico, que crece misteriosamente entre sonidos de turbas y tiorbas. Una ninfa de largos cabellos rubios acompaña los movimientos rítmicos, sincopados, a veces, puentes que cruzan ríos, abismos, países, en otras ocasiones, animales, plantas, océanos pétreos donde se gestan los milagros. La oportunidad de entregarse a la orgía, a la emotividad de los cuerpos, perfectos como el sueño que los guía entre el sinsentido de la vida. La celebración humana por lo mudable y lo inestable. La danza no es solo lo que ocurre sobre el espacio escénico sino que contiene varios niveles, varias capas, como una pintura antigua, velazqueña. Celebraciones báquicas, coronas de laureles, de pequeñas flores blancas. El escenario se puebla de bailarines que danzan sin cabeza, de vestidos, de pantalones, de camisas y corbatas grises. La tonalidad se vuelve azul, un azul oscuro, intenso, cercano a la sombra de lo hipnótico. La danza no es solo movimiento, es también expresión facial y corporal. Brazos que, de tan inmensos, parecen alas. Manteles que se convierte en mantones agitados por el aire de tormenta se posan sobre las mesas de los comensales. El dios arrastra su camastro entre las figuras humanas por el escenario, siempre en diagonal. La danza se distribuye en diferentes planos: lo de arriba y lo de abajo, lo cercano y lo lejano. Se entrecruzan las perspectivas, se multiplican los enfoques. La danza es también la voz humana, la voz de los cuerpos que arden cuando se entregan o se funden en la fragua del amor. Hay una intensidad en este breve tiempo en que se condensa toda una vida. Pero no todo es frenesí. También, durante la fase rem del sueño los bosques pueden caminar en direcciones opuestas al cielo, al mar, al viento. Esos bosques, variados, diversos, multiétnicos, tienen que chocar, detenerse, buscar nuevos caminos. Esa es la imagen perfecta que yo tengo del porvenir. Una nueva mirada. Otra forma de comunicar. Otra forma de aprender. Esos hombres y mujeres que arriesgan la estabilidad por un porvenir que no controlan. Esos dioses que nos sueñan mientras se aburren. Nos necesitan para no sentirse solos. Juegan con nosotros y nos dan el amor, nos lo quitan, lo transforman, lo convierten en tedio, en rutina, en desencuentro, en rifirrafes, pero también saben darle giros inesperados a la trama y desmontan atmósferas y bajo pérgolas nos descubren de nuevo el prodigio de la luna, de las estrellas, de la lluvia que a su paso dejan los cometas. Es la celebración unánime del verano. Un verano nórdico. La vida de los dioses vuelve al momento de reiniciar la cotidianeidad. El dios vuelve a cubrir su desnudez mientras vuelve a vestir su ligero pantalón y la diosa lo encamina hacia los trigales.

 

 

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