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La poesía de Carlos Manrique Un blog dedicado exclusivamente a la creación poética de su autor y al comentario de la producción poética de otros escritores.

Páginas de poesía. Los cineastas.

Carlos Manrique Rincón

 

22/ Guillaume de Fontanay / Simpathie pour le diable (=Symprathy for the Devil) / Francia / 2019 / 103 min / Drama, Bélico, Biopic, Guerra de los Balcanes, Periodismo, Fotografía / Filmin

La película es un biopic del fotógrafo Paul Marchand, quien cubrió el asedio más largo de la era moderna de la ciudad de Sarajevo durante cuatro años en la que día tras día se masacró a su población de manera indiscriminada sin que las fuerzas de interposición de Naciones Unidas ni la misma Europa hiciesen nada por detener la carnicería que se estaba producido en el corazón del viejo continente. A este respecto, remito a la entrada que dediqué a la fotografía de Gervasio Sánchez.

No soy optimista con respecto a cuánto de revulsivo tendrá esta película casi treinta años después de producidos los hechos, cuando en su momento y a pesar de abrir los telediarios con imágenes tremebundas, estas no consiguieron mover a los ciudadanos europeos para proteger la vida de sus vecinos y valores como la diversidad y la libertad religiosa si es que las religiones tienen algún sentido, si lo tuvieron a lo largo de la historia, si no fueron el pretexto para encarnizadas guerras de religión, como las Cruzadas medievales o los enfrentamientos entre musulmanes e hindúes, por no mencionar otros radicalismos religiosos.

La película, rodada cámara en mano en muchas de sus secuencias, ofrece un tono documental que conviene a la ficción que toma como base la vida de este fotógrafo, controvertido y visceral. La historia pone de manifiesto que las autoridades fueron culpables por su inacción e indolencia, por permitir un genocidio y hacer de la guerra un negocio que como siempre enriquece a unos pocos y desgracia y mutila la vida de tantos y tantos inocentes.

La fotografía está rodada en colores fríos, azules y grises, que tienden al blanco y negro, un intento de acercarse a la fotografía documental, un remedo de los grandes fotógrafos como Robert Capa o Henri Cartier-Bresson, padre del fotorreportaje, y otros, que cubrieron con intensidad la Guerra Civil española.

Los escenarios muestran la dureza de un asedio de cuatro años, los efectos de una ciudad devastada por la artillería, donde de medía caían más de trescientas treinta bombas, las colas para abastecerse de productos básicos, los cortes en el suministro de agua y electricidad, los puestos a cubierto de los francotiradores, etcétera, etcétera.

La poética de esta película dura, terriblemente amarga, sirve para mostrar al espectador que la guerra es una adicción que engancha peligrosamente y transforma al ser humano y lo convierte en una mala bestia, en un genocida. Los pobres bosnios se encontraron atrapados entre el frente croata y el serbio, y dada su excentricidad religiosa en un continente cristiano, dividido y escindido en católicos, protestantes y ortodoxos, defender a una minoría musulmana y perder la oportunidad de hacer grandes negocios a costa del sufrimiento humano no se les pasaba por la cabeza a los dirigentes de entonces. Pero también la sociedad calló. Yo todavía me siento culpable, tengo remordimientos de conciencia.

Los diálogos son de dos tipos. Informativos y declarativos entre los profesionales del periodismo escrito y televisivo, junto a la caterva de intérpretes e intermediarios necesarios para pasar de un extremo a otro de Sarajevo. Luego están los poéticos, que abren y cierran el filme, de una intensidad en consonancia con la dureza que muestran las imágenes de esta película necesaria, como la muerte por un disparo en la cabeza de un niño de tres años y medio o el disparo en la mano, que literalmente se parte, y queda adherida al volante, del propio protagonista de esta historia.

Hay crímenes que siempre quedan impunes. La capacidad de olvido es muy grande en el ser humano. Se pasa página con mucha ligereza. Hay que vivir alegremente en tiempos de infortunio. No sé si fruto de la estupidez o incapacidad para soportar la pesada carga de la imperfección de todo lo humano. La actuación de los militares es puesta en entredicho. Derrochan y queman bidones de gasolina. Sus órdenes en la interposición es la inacción. Pero tampoco quedan bien parados los medios de comunicación que no quieren irritar a los poderes públicos de quienes dependen para la financiación de sus empresas.

A veces me queda la duda de si realmente estamos informados de cuanto sucede a nuestro alrededor pues la realidad se fabrica y se difunde por redes sociales basándose en la mentira, la infamia, cuando no en la calumnia. A veces, en tiempos de paz asusta pensar de dónde venimos ignorando hacia el precipicio hacia el que nos dirigimos. A veces, en tiempos de pandemia, vemos actuaciones irresponsables y actitudes negacionistas entre políticos fanáticos de las derechas autoritarias españolas.

La poética de esta historia valiente, ejemplar, áspera, remite a la necesidad de no caer tan fácilmente en el olvido, en rescatar esa memoria histórica que tanto desprecian los culpables, los homicidas, los hipócritas, los que ponen a lavar sus manos como Pilatos.

Habría que poner una música de réquiem para conmemorar esas vidas rotas, esa juventud finiquitada, esa vejez escarnecida. Lo malo del dolor es su carácter reiterativo. Las guerras no son un invento de los tiempos modernos pero sí han sofisticado la capacidad para generar dolor y sufrimiento. Las guerras de los tiempos futuros puede que no muestren asedios como el sufrido por Sarajevo pero no serán menos traumáticas y dolorosas para los buenos sentimientos que aún conservan muchos ciudadanos que ignoran que el poder está en sus manos a pesar de su dejación. Delegan en los políticos corruptos y muchos se atreven a criticar a los jóvenes por su pasotismo. Qué mierda de mundo.

 

 

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