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La poesía de Carlos Manrique Un blog dedicado exclusivamente a la creación poética de su autor y al comentario de la producción poética de otros escritores.

Páginas de poesía. Los músicos.

Carlos Manrique Rincón

 

1/ Max Richter / Voices / 31.07.20 / 50 canciones / 1 h 46 min.

Ayer fue la primicia de este Nuevo trabajo de Max Richter. Lo escuché como escucho siempre por primera vez la música. El color de la voz humana es uno de los instrumentos principales de este trabajo. Me dejo llevar por la nostalgia de un tiempo que para mí ya se acaba como premonición. El tiempo de la juventud y del amor, de los ideales e ilusiones. Como esporas de ausencia, los violines susurran en la noche sobre las grandes cuestiones que preocupan en el devenir de la humanidad. Richter me conmueve hasta las lágrimas, me hace sentir mejor persona, me preocupo por mis semejantes. Su música es una superposición de voces y de sonidos siderales que me trasportan a países exóticos, a lugares soñados o imaginados, a estrellas que atraviesan las galaxias dejando a su paso una explosión de bellas soledades blancas. Hay un ritmo y una cadencia que es como oleaje suave, acaso la corriente sonora entre cantos rodados del río de mi infancia o los trinos de los pájaros que me despiertan por la mañana. La música de Max Richter puebla mi insomnio de palmerales que crecen en los bordes de los desiertos de la angustia y el sufrimiento. Me alivia de los síntomas de mi enfermedad incurable, ilumina, como fuegos de artificio, las palabras que me hubiera gustado repetirte una vez más. Yo no sé si se quedan solos los muertos sino los que recuerdan a los que partieron rumbo al olvido de la muerte. Y es justo que la vida sea, precisamente, ese tejer y destejer que parte de la destrucción para construir nuevos mundos intangibles. Estas voces que no sé de dónde proceden florecen como mariposas y migran hacia bancales de nieve donde se esconden los cadáveres de la esperanza. Estoy soñando despierto, buscando la permanencia en lo transitorio. Richter es la demostración palpable de la intensidad del otoño en los afectos que cuidan de los árboles que se preparan para la ventisca del cercano invierno. Hojas muertas, silencios despejados, nubes que se rasgan, lluvia que se vierte contra los tejados rojos de las viejas ciudades europeas donde habité contigo un amor sin límites ni suburbios. Esta música sosiega el espíritu asediado por el egoísmo, por los campos agostados del trigo en agosto. No escribimos el guion de nuestras vidas porque simplemente la vida carece de argumento. Una sucesión de imágenes, un vasto océano en llamas, un bosque en extinción por la codicia humana. Max Richter me interroga acerca de lo que yo puedo hacer para que prospere la utopía y dejen de cometerse tantos y tantos abusos. Se trata de mejorar el mundo. O de hacerlo habitable. Me gusta este principio de sinfonía estelar que no concluye en un crescendo de ritmos frenéticos y extemporáneos. Su música dibuja en el vasto territorio del silencio el periplo para conocer los enigmas del corazón y de la vida. Esta música, incorpórea, se transmuta en coreografía que, en un juego de luces y sombras, transmuta lo abstracto del porvenir en emoción y verdad. La verdad de lo absoluto. Ese tiempo que no pueden medir los relojes ni se recoge ni en anuarios ni en crónicas ni en anales. Max Richter es un amigo al que no conozco sino a través de sus discos. Su capacidad de creación supera los límites de lo imaginable, atraviesa horizontes y, como faros inmensos, entorpece la oscuridad del corazón sufriente. Su música es un testimonio coral de confianza en el respeto y la solidaridad para con los otros. Por ello, su música es una música social y universal. Su música me reconcilia con todo aquello que no me gusta –y que quisiera cambiar- de la vida, aquello que me excede y me hace minúsculo. No obstante, como un prestidigitador, Max Richter convierte mi tristeza en añoranza de libertad y alegría.

 

 

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