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La poesía de Carlos Manrique Un blog dedicado exclusivamente a la creación poética de su autor y al comentario de la producción poética de otros escritores.

Páginas de poesía. Los novelistas.

Carlos Manrique Rincón

 

2/ Juan José Millás / La vida a ratos / Alfaguara / 2019 / 490 págs.

En mi opinión, Juan José Millás es uno de los máximos representantes de la prosa a partir de 1975, momento en el que se inicia la transición democrática. Sus novelas, sus cuentos y sus crónicas son conocidas por un estilo propio, un sello de autenticidad que es de agradecer. Juan José Millás ni engaña ni defrauda: entretiene y hace pensar a un mismo tiempo.

La vida a ratos es un libro de fragmentos, de la realidad pero también de la irrealidad, de la fantasía y también de lo cotidiano; sin embargo, su estructura, la de un diario que escribe un jubilado durante ciento noventa y tres semanas –algo así como tres años- es el hilo conductor de un libro misceláneo.

En esos apuntes hay algunos núcleos narrativos que dan continuidad, como la esposa del protagonista, las clases de escritura creativa, la visita al psicoanalista, los amigos o las recomendaciones de lecturas, no siempre novelas, aunque sí fundamentalmente, lo que constituye un canon de lo que le interesa al autor.

Su autor juega con la figura del narrador, un tal Juan José Millás, que hasta cierto punto puede tener puntos de contacto con el personaje real, de carne y hueso, llamado Juan José Millás pero no siempre es así, supongo.

Es un libro que se lee con gusto y que podría enmarcarse dentro de lo que ahora ha dado en llamarse autoficción pero sus juegos constantes con la ironía, el humor, lo verosímil y sus contrarios, lo alejan de ese cliché y lo enriquece.

El libro es hilarante. Lo he leído deprisa. Creo que volveré a leerlo en otra ocasión porque es un libro fácil pero al mismo tiempo denso, filosófico, que trata cuestiones sociales, políticas, literarias, un poco como las noticias de los espacios informativos bajo el prisma de la visión única de Millás.

Me he sentido identificado con muchas de las rarezas que Millás describe en su libro y que para mí forman parte de mi cotidianeidad. Leer a Millás me reconcilia con la vida –y también con la muerte-.

Su libro está cuajado de historias, es el Murakami español o Murakami es el Millás japonés. Esas historias están pobladas por personajes que cobran protagonismo en un par de páginas a lo sumo y desaparecen pero no totalmente porque siguen flotando en la memoria o en la nube, de la que le gusta hablar a Millás.

La vida a ratos es de una modernidad asombrosa. Tanto por la forma como por el contenido. Igual que recomendaba a mis alumnos leer a Azorín para escribir bien, ahora que nadie o pocos lectores siguen leyendo al gran maestro del idioma, también lo es Delibes, recomendaré la lectura de los textos de Millás. Algunas de sus columnas de los viernes las empleé en mis exámenes de Lengua castellana pero tuve que prescindir de ellas porque los alumnos eran incapaces de entender su constante ironía y tomaban sus afirmaciones al pie de la letra y sus comentarios eran delirios de irrealidad, llenos de barbaridades que creo hubiesen hecho las delicias de Millás si hubiese podido leer alguna, tampoco necesito abrumarlo con la imposibilidad.

Esa panoplia de personajes muestra un mundo diverso, en ebullición, donde el pasado ha dejado de tener sentido y el futuro es algo amorfo, difuso, que no parece vaya a llegar a buen puerto. En eso soy pesimista.

Su lenguaje literario es sencillo, armónico, de una poeticidad al estilo de Idea Vilariño, a la que él cita en su libro o a los versos de una canción de Silvio Rodríguez.

Leer a Millás es tener la sensación de alguien que te muestra, no sin pudor, la intimidad de una forma de ser, de estar, de ver y entender la vida, el mundo, el conjunto de hombres y mujeres. Jugar con la posibilidad de multiplicar los espacios y los tiempos es otra forma de parafrasear a Borges y enredarse en el laberinto de la eternidad, la circularidad y la trascendencia del vivir.

Como todo buen narrador, Millás sostiene el ritmo de la novela y, como un encantador de serpientes, no deja que el lector vea el truco final de la trama, si es que la trama alguna vez tuvo principio y final.

 

 

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